Un frío día de otoño, estaba llegando al parque de los patos, el cual no se veía desde lejos de la niebla tan espesa que había. Con cinco grados que marcaba el termómetro y la nariz enrojecida me dispuse a escribir dónde me encontraba.
Me senté en un merendero el cual estaba helado y bastante pintado por los niños que iban allí por las tardes, bastante colorido, con muchos nombres y letras.
Los árboles estaban semidesnudos debido a la estación en la que estábamos, un manto de hojas marrones y amarillas cubría los verdes prados, las aves no se veían estaban resguardándose del frío, algunos patos de plumaje blanco y con manchas marrones, estaban nadando por el agua del riachuelo que estaba casi congelado.
La gente que pasaba iba bastante abrigada, algunas corrían, otros andaban, pero nunca se paraban.
El cielo estaba blanco parecía que iba a nevar, parecía leche. Los troncos de los árboles eran desiguales, cada uno tenía una forma diferente, uno simulaba un tenedor, otro parecía una balanza y así jugando con la imaginación cada persona pensaba diferente sobre las figuras de esos árboles.
En frente de donde estaba sentada había unos baños, que por fuera parecían bastante grandes, el color de la valla que los envolvía era gris metálico, como el color de las farolas y las basuras las cuales la gente no utilizaba, porque el suelo estaba lleno de bolsas, plásticos, papeles,etc.
Al levantarme se me habían quedado las piernas heladas de estar en aquel merendero tanto tiempo parada, cuando fuí hacía la puerta pude observar que la puerta era bastante grande, negra y al ser de hierro estaba muy fría.
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